En el Frente Amplio nos encontramos enfrentando un momento fundacional. Estamos construyendo colectivamente las grandes ideas que definirán nuestra identidad política, social y cultural. Ese proceso, a diferencia de la política binominal, tenemos la voluntad de no hacerlo a espaldas de la gente. Porque si hay un rasgo de la política de estas décadas que necesitamos superar, es su elitización, su encierro en cúpulas que se auto-asignan el lugar de “la cocina”, pretendiendo que la democracia se maneja mejor entre pocos, sin mayorías efectivas, a cargo de unos profesionales y técnicos muy capacitados, a los que hay que dejar operar protegidos y distantes del candor ingenuo de las multitudes.
Debemos empujar, por tanto, para que la producción de esta nueva fuerza política sea un práctica que se despliegue en las asambleas estudiantiles, en los sindicatos, en las reuniones de cientos de juntas de vecinos y organizaciones comunitarias desplegadas en todo el territorio del país, en el trabajo crítico de la intelectualidad, en nuestros lugares de trabajo, en la intimidad de nuestros hogares, en los pueblos, en las ciudades, en la amplitud y diversidad que expresan las calles y anchas alamedas de nuestras capitales regionales.
El Frente Amplio está llamado a convertirse en un agente cambio profundo en la política chilena. Está llamado a pasar de la impugnación a la transformación democrática.
Asumir la transformación democrática de Chile y de sus territorios supone profundizar, sofisticar, llevar la democracia más allá de las parcas fronteras del voto y la disputa por lo institucional. Supone producir una forma de vida distinta a la que nos impone el capital, supone ganar nuevas fronteras, conquistar las fuentes de reproducción de la actual formación social como la producción, economía, valores sociales, enseñanza y el territorio. En definitiva, supone producir un nuevo sentido común.
Por tanto, nuestra lucha es porque nuestro pueblo sea dueño de su riqueza; porque se redistribuya igualitariamente lo que se produce en Chile y sus ciudades; por garantizar una vida digna a todos y todas independiente de su especificidad como persona; por un desarrollo económico plural y armonioso con el ecosistema que nos cobija; por fortalecer lo público y por el ensanchamiento de lo comunitario en la esfera urbana, económica, cultural y social; por una efectiva democracia para devolver soberanía a habitantes del territorio.
Asumir la transformación democrática también implica entender, en consideración al actual momento del periodo político, que los cambios que buscamos impulsar deberemos hacerlos en el marco dado por un esquema de reglas o libertas esenciales, como lo es el pluralismo político y social existente en Chile. También supone asumir que existen otros actores políticos, empresariales, militares religiosos, incluso internacionales, que defiende y defenderán sus intereses y que no nos harán la tarea fácil
En este sentido, nuestra disputa con el campo de la centro-izquierda, hoy en crisis, carente de ideas y unidad estratégica, debe tender a no seguir reproduciendo el actual esquema político. Para ganar a la derecha, hay que refundar la política, una nueva política, nuevas reglas de juego, para permitir que aquellos ciudadanos que quedaron atrás sean protagonistas del país del futuro.
Refundar la política supone construir, entre otras cosas, un nuevo polo social y político de cambio democrático en Chile, tarea donde el Frente Amplio es y debe ser el motor propulsor, pero no el único actor, porque faltan muchos más aún.
No sólo queremos sino que es necesario entendernos con los mundos progresistas, socialistas, social-democráticos, en la medida que dejen atrás el discurso de la gobernabilidad y la madurez cívica, cual virtud de una especie de nueva aristocracia que se adjudicaba el gobierno en licitaciones cada cuatro años. Desde ese sentido común impugnan aún sus personeros la capacidad de gobernar del Frente Amplio, señalando nuestra inexperiencia y falta de trayectoria tecnocrática. Como si la gobernabilidad no fuese una cuestión política, como si dependiera más del dominio de unas técnicas importadas desde el norte que de la fortaleza de la alianza social y política del nuevo proyecto. Como si efectivamente gobernar fuese negociar más que impulsar un proyecto, transar más que escuchar a las mayorías y construir con ellas un nuevo proyecto de país, como si se tratara para nosotros, de administrar lo mismo y no de gobernar, sí, pero gobernar un proceso de cambios.
Si alcanzar el gobierno tiene un sentido, es gobernar construyendo mayorías, es abrir los cauces de la verdadera participación de millones de chilenas y chilenos excluidos, a los que ya no se les escucha. Por el contrario, construir una nueva coalición y alcanzar victorias porcentuales para reclamar un lugar en el mapa de la política sorda, no nos atrae.
Creemos que cualquier tipo de entendimiento real y honesto debe darse desde abajo, desde la base, desde los territorios.
Por eso, la dimensión de construcción de poder local en nuestros territorios, comunas, provincias, regiones, adquiere un alcance estratégico para el Frente Amplio, ya que desde allí podemos imaginar y construir el nuevo país que queremos.
Podemos profundizar unas ideas sencillas: Que sea la gente la que defina como quiere vivir su vida y ciudad. Que nuestras ciudades se conviertan espacios libres donde su planificación y ordenamiento no se encuentren sometidos al designio del capital. Que la potencia creadora de cada ciudadano y ciudadano pueda desarrollarse plenamente, en un espacio de igualdad y oportunidades.
En esta tarea estamos bien acompañados. Desde que comenzamos a enfrentar el desafío del gobierno local de Valparaíso hace 8 meses, hemos apuntado a recuperar la larga tradición latinoamericana de construcción poder y gobierno local.
Desde Ayllú andino, los palenques o aldeas de los cimarrones auto-emancipados en la colina, hasta la tradición municipalista chilena encarnada en el líder obrero Luís Emilio Recabarren, quien a principios del siglo XX afirmaba que la sustitución del capitalismo era solo posible a través de la construcción de un socialismo a escala local, construido a pulso desde el territorio. Desde las construcción de poder popular en el Chile de Allende, pasando por las construcciones participativas en el Porto Alegre y otras ciudades del Brasil de los años 80, hasta los caracoles zapatista con su “mandar obedeciendo”.
Hoy somos continuadores de esta trayectoria histórica en un mundo cuyas contradicciones parecieran más destructivas que las que ninguno de nuestros predecesores tuvieron que enfrentar. Nunca antes el capital había dejado caer su poder con tanta intensidad sobre la vida humana.
Esa es la verdadera dimensión de nuestro desafío.
Nosotros entendemos el trabajo en el territorio como una disputa política total. Esto es, una construcción donde se pone en juego la vida de las personas. De esta manera, lo local no reconoce fronteras geográfica y de ningún tipo. No hay dimensión política que nos sea ajena cuando construimos poder local.
Por eso, en nuestra acción política concreta nuestro quehacer no puede darle la espalda a las correlaciones de fuerzas nacionales y latinoamericanas, en sus dimensiones institucionales y no-institucionales. Es decir, desde los territorios, desde nuestras ciudades, queremos cambiar Chile, Latinoamérica y el mundo.
Este momento fundacional debemos enfrentarlo con amplitud y radicalidad. No como idearios contrapuestos, sino como una ecuación virtuosa. No se trata sobreabundar nuestros discursos de adjetivos, ni mucho menos descafeinar nuestra propuesta política bajo una falsa idea de masividad.
No, se trata de recoger la hoja de ruta de cambio que la sociedad chilena ya instalo hace más de una década.
Se trata de decirle a nuestra gente, a los que nunca han votado; a los que dejaron de hacerlo por su desencantado al proyecto concertacionista; a los que lo siguen haciendo porque creen aún sueñan en un país más justo y mejor; a los mundos movilizados que aún no sienten al Frente Amplio como su herramienta política y que creen en lo mismo que nosotros,
Decirles, las cosas por su nombre:
Que los políticos se ponen de acuerdo con empresarios para aprobar leyes
Que las empresas se siguen coludiendo para repartirse a Chile como un botín.
Que las AFP son el mejor negocio de los últimos 50 años a costa de la fuerza de los trabajadores
Que el CAE no tuvo, ni tiene ni tendrá nunca justificación humana alguna
Que Chile llega hasta los límites urbanos de Santiago
Decir, como dijimos el 2006 y el 2011, ¡NO AL LUCRO!
Estoy convencido que millones de chilenos y chilenas comparten estas ideas.
Esos millones de chilenos deben ver al Frente Amplio, a esta identidad en construcción, como una fuerza, unos principios, una práctica, una visión política, social, y cultural de nueva sociedad
El camino, la vía, la estrategia para realizar sus sueños, sus esperanzas de cambio, de solidaridad, igualdad y justicia.
En definitiva, deben vernos como la fuerza de carácter histórico que, a diferencia del neoliberalismo, no LOS DEJARÁ ATRÁS,
¡QUE NO DEJARA A NADIE ATRÁS!
NO DEJAREMOS ATRÁS
A los niños y niñas del SENAME
A los adultos mayores que viven con pensiones míseras
A las mujeres jóvenes, que sufren día a día el machismo y la falta de oportunidades
A los millones de endeudados
A los que antes de nosotros lucharon por la democracia, siendo ellos verdaderamente la generación sin miedo,
A los pobladores y habitantes regiones, ciudad y pueblos.
No dejaremos atrás a Chile
¡VENCEREMOS!
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