Estimad@s, comparto con ustedes el discurso de nuestra compañera Daniela López, candidata a diputada por Valparaíso, quien realizó esta intervención en el Congreso Ideológico de Revolución Democrática en representación de Izquierda Autónoma, realizado el 7 de Junio.
Todo comentario es bienvenido!
Me gustaría partir agradeciendo la posibilidad de compartir estas
reflexiones, que surgen de distintas discusiones y actividades cotidianas,
esperando que puedan servir para el proceso en el que siguen avanzando. En
particular, porque se trata invitación a discutir sobre nuestras ideas, y no
solo sobre una u otra acción coyuntural. Quisiera partir destacando eso porque
sin ideas la política se transforma en administración de la realidad orden, es
decir, deja de ser política, que es precisamente la actividad colectiva que, en
nombre de ciertas ideas, busca reconfigurar la vida en común. Enumerar cuáles
son las ideas de las que nos sentimos herederos sería tan fácil como
insuficiente, ya que imagino que todos acá estamos de acuerdo en que queremos
una sociedad más justa, más libre, o más igualitaria. Lo importante es precisar
qué entendemos por esos conceptos, y cómo se podrían manifestar concretamente,
ya que sin ese paso de las ideas a la realidad también abandonamos la política
y nos quedamos en el espacio del dogma.
Precisamente
porque nos interesa rescatar la utopía que allí se puso en juego, destacando
los procesos de movilización y empoderamiento popular que nunca dejaron de
convivir y disputar las estrategias más leninistas del periodo, es que hay que
reimaginar sus formas. Nuestra convicción fundamental es que el gran aprendizaje del movimiento
social de nuestra época debe ser la necesidad de superar la visión vertical de
la suplantación de la fuerza social transformadora que ha
tenido históricamente la izquierda política. Algo de esto nos mostró el 2011, cuyas
movilizaciones permitieron la emergencia de ciudadanos que antes no se
movilizaran lo hicieran, fraguando en torno a esto, lenta y silenciosamente,
una toma de conciencia de su potencial como sujeto
revolucionario. Antes que adherirse a un partido o cultura de izquierda ya
determinada, las movilizaciones permitieron la emergencia de nuevas ideas e
imágenes, propias de experiencias de explotación distinta a las pensadas por el
marxismo clásico. Si este emergió en el contexto de una sociedad industrial
cuyo análisis concreto llevaba a pensar en el potencial revolucionario de una
clase obrera industrial, hoy la resistencia formas concretas de explotación y
exclusión han de considerar, también, nuevas tensiones que no se dejan leer en
un esquema clásico. Por ejemplo, la subcontratación o la precarización que
afecta incluso a los profesionales. Para decirlo con un ejemplo concreto, quien
se titula de ingeniero comercial y pone un almacén en una esquina para pagar la
deuda que tiene con la Universidad, y las que tendrá con sus hijos,
difícilmente podría considerarse, en términos políticos, como miembro de la
clase dominante, aunque no sea un asalariado. El ejemplo puede sonar rebuscado,
pero no deja de ser indicativo de realidades de las que tenemos que hacernos
cargo, junto a otras formas de desigualdad que, por ejemplo, desde las
variables del género o la segregación urbana, nos obligan a considerar las
injusticias actuales de forma compleja, sin dogmas. Es decir, tratando de ser
fieles al espíritu crítico del materialismo.
Porque hay que ir más allá de las clásicas consignas y convencidos de
izquierda es que nuestro esfuerzo no está centrado principalmente en unir
a la izquierda, sino más bien en conseguir la unidad política del
pueblo, del Chile movilizado. Creemos que aquí se encuentra el principal
desafío, el único capaz de asumir y efectuar material y concretamente un cambio
revolucionario. No nos interesa una unidad de izquierda que se
asume vanguardia popular sin preguntarle previamente al pueblo si desea
ser vanguardizado por esa izquierda. Ni vale la pena una
izquierda dura que se limita a hablar con la minoría que desea cambiar la
realidad, ni vale la pena que se limita a lo que la realidad nos permite hoy
pensar, sin imaginar otro mundo posible. Es necesaria, por tanto, una izquierda
que pueda ir generando las condiciones para ir transformando la realidad de
acuerdo a lo que, colectivamente, podamos ir soñando como necesario. Por ello,
no negamos el rol de conducción de las organizaciones políticas –de hecho,
somos una, y jamás lo hemos negado -, pero creemos que conducción no implica
suplantación. Es por eso que para nosotros la autonomía es un
principio fundamental. Autonomía, por cierto, no es apoliticismo ni rechazo a
priori a participar del sistema político. De hecho, hoy, al igual que ustedes,
tenemos una apuesta electoral. Autonomía significa, más bien, el respeto a la
autonomía política las luchas sociales de base, ya que ellas tienen la
capacidad de enfrentar al capitalismo desde los conflictos cotidianos que
expresan sus tensiones estructurales. Y en la transformación de aquellos
espacios, en la ampliación de la participación cotidiana, y sobre todo, en la
organización popular que estas tareas requieren, se encuentra la fuerza
fundamental para la transformación social. La fuerza de los cambios, y por lo
tanto, la fuerza política del pueblo, está centralmente dada por su capacidad
de acción y organización de base. No por un color político, de esos que el
sistema dibuja para que nos representen mediante el voto, no
por un personaje determinado, sino por la capacidad de las personas de ir
alterando su propia cotidianeidad y, desde ese ejercicio, desplazando los
límites de lo posible.
Es una lamentable costumbre de los actuales revolucionarios la de definirse
por aquello que no son y llamarse, por ejemplo, anticapitalistas,
antineoliberales, antisistémicos. Nosotros,
por el contrario, preferimos definirnos por lo que sí deseamos somos, porque
ahí es donde se juega la negación del capitalismo y sus injusticias. Nosotros
luchamos, y no tenemos ninguna duda en eso, por la felicidad humana. Esta
excede una mejor distribución de la riqueza, pues busca generar nuevas formas
de producir y compartir no solo los productos, sino también nuestra vida en
común, de forma libre y alegre. Bien lo señaló cuestión Recabarren, un
comunista que no tendría cabida o espacio en el Partido Comunista de hoy, al
definir en socialismo con dos sustantivos: “Amor
y Justicia. La explotación y la tiranía son cosas que el socialismo combate
más. El socialismo propone en lugar de la explotación, la justicia y en el
lugar de la tiranía, el amor. El socialismo es bienestar real apoyado en la
moral y en el trabajo común donde todos los seres humanos gozarán del placer de
ser instruidos. El socialismo es amar a su prójimo como a sí mismo. El
socialismo es la negación de toda tiranía porque la tiranía es la negación del
amor al prójimo"
Nosotros luchamos entonces por construir una sociedad en la que en las
relaciones materiales cotidianas, y no solo en la ley, cada cual sea un ser
igualmente valioso, capaz de colaborar, honestamente, en la construcción y goce
colectivo de las riquezas que se generan. Por ello, consideramos que la
revolución es ante todo un acto de amor, de apoyo mutuo y solidaridad. La
capacidad revolucionaria está en ser capaces de universalizar una forma de vida
más plena, más feliz, no más infeliz o “sacrificada”. La cultura del heroísmo,
tan típica de la izquierda, no tiene fuerza revolucionaria para nosotros,
porque la vida es para disfrutarla, no para sufrirla. Por eso, no buscamos
superar la pobreza, a partir de un criterio económico, sino terminar la
explotación, desde un criterio moral. La pobreza, al privar a hombres y mujeres,
en particular, de lo que les debiera tocar merma a la humanidad, en general, de
sus capacidades de crear. La pobreza nos quita algo a todos, no sólo a quienes
la padecen. Es un problema universal, no focalizado. Y no se resuelve dándoles
bonos a los pobres, sino cambiando las relaciones sociales que la engendran.
Estas, en Chile, hoy están absolutamente determinada por el proceso de
desmantelación del Estado que hemos vivido desde hace casi 40 años. Se trata de
un modelo constituido en la profundización del capital en todas y cada una de
las áreas de nuestras vidas, la mercantilización y la subsidiaridad para
nuestros derechos. Ante una realidad tan radical, es sensato que el más radical
de sus portavoces sea quien mejor pueda vislumbrarlo. Mucho más certeros que
los diagnósticos socialdemócratas sobre los avances parciales de una
Concertación que ha profundizado el neoliberalismo es lo dicho por Longueira:
Después de 17 años de neoliberalismo en dictadura, Chile ha tenido estos
últimos 20 años 5 excelente gobiernos de centro-derecha.
Por tanto, si no es sólo plantearse hoy como un “anti”,
¿qué nos exige el actual escenario político? ¿qué claridades deben guiar
nuestros pasos en un año con tantos desafíos como el presente? Dicho de otra
manera, ¿cómo intervenimos políticamente hoy en el Chile postpinochet?
En
primer lugar, entendiendo los peligros y problemas que nos presenta el actual
escenario. Este 2013 junto con ser una
oportunidad para que los movimientos sociales construyan una nueva democracia
es también una cancha para que la vieja política y sus términos se impongan. En
este escenario la Concertación apuesta a hacerse parte de los conflictos
sociales desde sus términos de continuidad del Chile que niega derechos
sociales universales, re impulsando con caras ciudadanas y participes del
malestar, iniciativas que ocultan la convicción que existe al interior de dicho
conglomerado que entiende que una sociedad se construye focalizando derechos. Una
apuesta como ésta al final seguirá haciendo que con una inmensa mayoría de los
chilenos se lucre con sus vidas en salud, vivienda y educación. El
desafío entonces para las fuerzas de cambio no pasa por robustecer una
expresión progresista del neoliberalismo como es la Concertación, ni tampoco
caer en los cantos de sirena de la nuevas – viejas – mayorías. Al contrario, es
necesario horadar y limitar sus amplios grados de determinación que tiene en el
escenario político, a través de una táctica unitaria que contemple amplitud y
que ponga en el centro del debate electoral los conflictos sociales de los
últimos años, especialmente el educativo.
Por lo anterior, es que creemos que no podemos enfrentar un 2013 sin un 2011,
tanto en sus demandas como en sus actores. Debemos evitar la cooptación para la
clase dominante y privilegiada, desde la unidad y amplitud, teniendo la
capacidad de representar el malestar social de las mayorías que piden
transformación y chocan con una democracia antipopular y un mercado
deshumanizante, mediante la construcción de camino propio, con una política no
en esencia electoralista, forjando una nueva alternativa, una nueva fuerza. No
para rejuvenecer la gobernabilidad neoliberal de Pinochet, sino para que en
este nuevo ciclo de luchas nazca una nueva alternativa con arraigo en las
fuerzas sociales en organización.
Es
por esto que, apostamos, desde las urnas, las calles y la movilización social,
intentar abrir, o al menos a generar las
condiciones, para la irrupción de un nuevo ciclo histórico, capaz de superar de una vez por
toda la herencia pinochetista y transicional, el cual ponga en su centro las aspiraciones populares
para una vida digna, es decir, con derechos sociales universales garantizados y
una profunda y radical apertura democrática. Para lo anterior, creemos
fundamental constituir una alianza política y social amplia, independiente del
duopolio, que permite perfilar a todos aquellos actores, movimientos y fuerzas
que son genuinos representantes del Chile movilizado y de sus aspiraciones,
especialmente en educación pero también en otras luchas sociales. Esta alianza
debe también constituirse en una vía, no la única, para que tales movimientos y
fuerzas puedan dar un salto al campo de la política sin tener que delegar su
potencial transformador. Una
nueva política debe perfilarse desde los nuevos movimientos,
una que irrumpa para convocar al Chile de la calle. Creemos que Izquierda
Autónoma, Revolución Democrática y otros movimientos están llamados a esto.
Este
esfuerzo debe tener como horizonte programático ineludible y fundamental una
democratización social, avanzar hacia la recuperación de derechos
sociales universales, y democratización política, una nueva institucionalidad
participativa, que incluya un llamado a Asamblea Constituyente. En definitiva, de
lo que hoy se trata es de
re-ciudadanizar Chile, sólo así iremos construyendo una franja de
población con cada más conciencia de sí mismas y su potencial transformador.
1 comentario:
Debemos dejar de analizarnos con parámetros eurocéntricos. Hace rato que falta considerar la mirada de la realidad Nuestra Latinoamérica, tanto actuales como anteriores. Rescatar la historia de las mujeres, intelectuales, pensadores de nuestro continente.
Es el momento de la segunda independencia.
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