El 8 de diciembre del año 2012, el presidente
de Renovación nacional, Carlos Larraín, declaró en Reportajes de La Tercera
que: Lo que los empresarios se ahorran en
aportes a la política, lo pagan después en impuestos de primera categoría. Y de
aquí a un año y medio, no le vamos a prestar pañuelos a nadie para secar
lagrimitas. (http://diario.latercera.com/2012/12/08/01/contenido/reportajes/25-124879-9-carlos-larrain-no-podemos-enfrentar-las-primarias-con-sensibilidad-de-guagua.shtml)
Larraín, como nos tiene acostumbrados, nos
recordó ese dia con total soltura lo que, por razones de legitimidad y estabilidad
social, las elites querrían esconder, a saber: en nuestra democracia la
relación entre dinero y política determina una considerable
sobrerrepresentación de los intereses del poder económico. Así, el objetivo de Larraín
en ese punto de su entrevista era recordarle a los empresarios que era (y es)
un mal negocio renunuciar a la sobrerepresentación de sus intereses que, fruto
de la inversion en política, les permite nuestro sistema democrático. En una
frase, para Larraín, y en esto acierta, invertir en política es el mejor de los
negocios.
Con todo, la existencia de mecanismos que convierten
el poder económico en poder electoral es un problema propio de cualquier
sistema económico que genere las desigualdades de ingresos y poder presentes en
las sociedades capitalistas, pero sin lugar a dudas el sistema político chileno
tiene una serie de características institucionales que hacen de este traspaso
algo mucho más fácil y directo. Entre otros: la concentración de los medios de
comunicación (problema incipiente pero grave en la región de Magallanes), la
ausencia de control efectivo del gasto electoral, el anonimato de los grandes
financistas de campañas, etc.
Más aún, en el corto tiempo que llevamos de
campaña en el marco de nuestra candidatura independiente en Magallanes, hemos
visto como ha sido una práctica común, y peor considerada como algo normal, el reparto de canastas familiares, el regalo
de cordero para asados, la compra de dirigentes vecinales, etc. Muchos vecinos
nos preguntan por qué si otros lo hacen, nosotros no lo hacemos. Así se da la
triste realidad que son los mismos electores que a nivel social se ven
perjudicados por la relación dinero-democracia, los que legitiman y a cierto
nivel exijen este tipo de prácticas políticas.
Por otro lado, son estos electores los que se
han ido desencantando de la política al ver como año tras año ésta se ha
alejado de sus intereses y puntos de vista. Así nos vemos enfrentados a un
círculo vicioso donde, por ejemplo en áreas claves como la educación, las
políticas emanadas de nuestras instituciones distan del interés de la mayorías;
distanciamiento que al ser mediado por diversos mecanismos, como la influencia
del dinero en los resultados electorales, no se expresa con igual fuerza en las
votaciones para cargos públicos. Sin embargo, en el largo plazo tales éxitos
electorales, de los mismos de siempre, solo acentúan el desencanto de la población
que no ve en la política ni en la democracia una forma eficaz para solucionar
sus problemas.
Este es el mundo donde debemos hacer nuestra
política electoral, uno donde la política vive un descrédito generalizado, pero
donde finalmente quienes llevan años en diversos cargos de poder se siguen
disputando tales cargos sin mayores contratiempos. En este mundo, quienes buscamos
desmercantilizar los derechos sociales a través de la lucha democrática (en el
plano social y electoral), chocamos con la dificultad de querer realizar esta
tarea en una sociedad donde la política también está mercantilizada. La
coherencia y profundización de la mercantilización de nuestra sociedad, hace
doblemente difícil nuestra tarea.
¿Hay una salida? Por supuesto que la hay (de lo
contrario no daríamos esta pelea), pero no podemos vendernos cuentos. Será un
largo camino de saneamiento y de resignificación de la política. En este
camino, la socialización de la política y la politización del mundo social
deberán generar los mecanismos que neutralicen el rol del dinero en nuestra
democracia. Algo de ello hemos visto en el cambio de paradigma que empezó a
surgir en educación desde las movilizaciones del 2011. A su vez, esperamos que
en los próximos años se aprueben una serie de medidas que fortalezcan nuestra
institucionalidad y que le hagan más difícil la pega a los potenciales receptores
del mensaje de Larraín, medidas tales como: el financiamiento público de
partidos y campañas electorales; el tope de gasto electoral efectivamente
fiscalizado y con fuertes sanciones; y la transparencia total en los aportes
financieros medianos y grandes.
Por nuestra parte, y como estamos seguros lo
harán otros ex dirigentes estudiantiles y sociales, no renunciaremos a la
disputa por una política de programas y contenidos, además de ser plenamente
transparentes en lo relativo a cómo financiaremos nuestra campaña. Y cuando
cada elector nos pregunte “por qué no regalan lo que regala el resto”, le
diremos: acepte las canastas familiares, disfrútela con su familia, pero no
renuncie a su derecho de voto libre y conciente, hágalo por sus ideas, recordando
siempre que quienes dan canastas familiares, quienes regalan corderos, quienes
llenan la calle de sus caras maquilladas sin una sola idea, lo hacen pues les
sale más barato pagar por ello, que luego pagar más impuestos que nos permitan
vivir en un país en donde todos tengamos los mismos derechos, sin
discriminación.
Esperamos que la próxima elección se trate
efectivamente de qué país soñamos y cómo pretendemos alcanzarlo, y no de cuánto
dinero hay en el bolsillo de candidato. Hacía allá estarán dirigidos nuestros
esfuerzos.
Gabriel Boric Font
Candidato a diputado por la región de
Magallanes
Militante de Izquierda Autónoma
No hay comentarios:
Publicar un comentario