lunes, 26 de junio de 2017

¿Qué o a quien(es) representa el Frente Amplio?

Estimad@s, les comparto una columna que me publicaron en el Clinic del 1 de Junio en la que trato de abordar el debate sobre los orígenes del Frente Amplio y qué es lo que representamos en el escenario político chileno.





La pregunta que titula esta columna es clave para poder comprender la hipótesis en que se asienta la conformación de una alternativa política nueva en Chile, por fuera de los márgenes del bicoalicionismo que ha regido los destinos de nuestro país (en matrimonio con los poderes fácticos, en particular el empresariado) durante los últimos 30 años. El proceso de elaborar una respuesta debe apuntar a ampliar nuestra convocatoria, pero por sobre todo a reflexionar al interior de nuestra propia militancia sobre los contornos de nuestro esfuerzo, su sentido más allá de los tiempos electorales, y su fuerza real para cambiar la realidad, algo que por cierto no se refleja ni en encuestas ni en editoriales.

Lo primero a señalar es que una fuerza política no surge por la mera voluntad de liderazgos que confluyen circunstancialmente en un determinado momento histórico, sino más bien ésta se constituye por las necesidades de sectores del pueblo (al menos en el caso de la izquierda) que no encuentran expresión en las fuerzas políticas que existen en determinado momento. Es el caso del Partido Radical en la segunda mitad del siglo XIX, el Partido Comunista y sus antecedentes a comienzos del XX, y por cierto del Partido Socialista en la década del ’30 (para una perspectiva histórica, recomiendo la columna del historiador Luis Thielemann, “Socialista, comunistas y clases populares en Chile: 4 notas sobre un desanclaje social y una sobre el Frente Amplio”, publicada en El Desconcierto). Es cierto que los liderazgos en estos momentos fundacionales son importantes (como negar la importancia capital de Recabarren o el influjo mítico de Grove), pero no son suficientes. Una organización política sólo es tal si está anclada en luchas sociales reales, no en columnas de opinión (por muy lúcidas que sean) o en buenos desempeños comunicacionales (por mucho que deslumbren). Sino, corre el riesgo de transformarse en un mero instrumento para un caudillo, o en efímeras siglas que serán absorbidas por otras fuerzas, o vaciadas de sentido en el marco del electoralismo que caracteriza estos tiempos. Estos son los riesgos a los que también nos enfrentamos desde el Frente Amplio, y por ello es que resulta no solo necesario sino que también urgente, cuestionarnos cuál es el sentido profundo que justifica nuestra existencia como alternativa política. 

Una de las características esenciales de la transición chilena a la democracia fue la separación radical entre política y sociedad. Al ser la gobernabilidad la primera prioridad, las fuerzas sociales que habían sido fundamentales en la lucha contra la dictadura fueron subordinadas por las elites dirigentes a este primer objetivo. Así la CUT, el movimiento estudiantil (no hay que olvidar la desintegración de la FECh después de la presidencia del actual presidente del PS Álvaro Elizalde), e incluso las organizaciones de derechos humanos fueron relegados a un segundo orden, que o bien se resignaban a los designios de los políticos profesionales, o eran desplazados hacia el estigma de la marginalidad. 

No fueron pocos los que optaron por la porfía, y pese a los adjetivos que desde el poder les colocaron, mantuvieron en alto banderas que hoy desde el Frente Amplio tomamos como posta. El Partido Comunista sin ir más lejos, fue una de esas organizaciones que resistieron la vorágine neoliberal, mientras otros antiguos compañeros de lucha se metían de lleno en la tercera vía, administraban sus inversiones y poco a poco dejaban de pensar en otro mundo posible para administrar el que la dictadura les había legado. 

Es justamente durante esa época en que a lo largo y ancho de Chile comienza a germinar un malestar. No todos habían sido invitados a la fiesta de la democracia, y los excluidos del evento comenzaban a identificarse, a organizarse. Primero fueron los obreros del carbón, después los estudiantes. Vinieron los subcontratados del cobre, y de nuevo los estudiantes. Hasta el 2006, el partido del orden tuvo la capacidad de desactivar cada una de estas movilizaciones y procesarlas en sus propios códigos. Así la reconversión de los mineros de Lota a peluqueros, así la democratización que no llegaba a las universidades. Así la ley de subcontratación con el Tribunal Constitucional legislando en vez del parlamento, así la operación para bajar las movilizaciones pingüinas que remecieron al primer gobierno de Bachelet. Todos estos fueron años de gran aprendizaje para el movimiento social, de rearticulación, organización y maduración. El 2011 la olla a presión reventó y se hizo evidente la incapacidad del sistema político de dar salida a todos los conflictos que salían a la luz después de años de gestación. Primero fue Magallanes y el gas y lo siguió rápidamente Patagonia sin represas. El movimiento estudiantil estalló en abril y tuvo todo el año en vilo al gobierno de Piñera. Freirina, Aysén (como olvidar la consigna que nos hizo repensar nuestra manera de relacionarnos: “Tu problema es mi problema”), Punta de Choros, Quellón y el agua de Petorca (más bien la falta de ella), fueron algunos de los conflictos regionales que evidenciaron que el modelo de desarrollo que tan orgullosa tenía a la elite, hacía agua por todos lados. ¡Incluso los enfermos marcharon! Ya este año, el movimiento No + AFP y su transversalidad familiar vinieron a coronar el panorama. Si a todo esto le sumamos la altísima abstención de las últimas elecciones, resulta imposible seguir haciéndose los lesos: el sistema político cuajado a fines de los ‘80s no es capaz de representar la diversidad del Chile de hoy, sus conflictos, esperanzas y contradicciones. 

Y es justamente en este momento cuando nace el Frente Amplio, y no es casualidad. El Frente Amplio nace porque los movimientos sociales desbordaron la política institucional y por la maduración de muchas organizaciones que comprenden que los ciclos de movilizaciones de carácter peticionista (“exigimos!”, “demandamos!”) no son suficientes para transformar nuestra realidad, y menos si es que le estamos pidiendo que la transformen a los mismos que la construyeron. En ese sentido, si bien el Frente Amplio no puede arrogarse la representatividad de los movimientos sociales (en ellos participa mucha gente que milita en otras fuerzas o bien que no se identifica con ninguna en particular) y por ende debe respetar su autonomía, no podemos caer en el error de crear un aparato escindido de los conflictos que nos constituyen. 

Uno de los principales desafíos de las organizaciones que componen el Frente Amplio consiste en no convertir el tiempo electoral en un fin en sí mismo, y dedicar parte importante de su energía al fortalecimiento de los movimientos sociales que lo dotan de sentido, además de abrir nuevos campos de avance social que vayan delineando a su vez una salida al neoliberalismo en positivo y no ya solo desde la negación. He ahí nuestra prioridad y el parámetro para evaluar nuestro desempeño. Si en el marco de la disputa electoral y lo que venga después, contribuimos a la proyección y articulación de los estudiantes endeudados, de los trabajadores precarizadas, de las mujeres violentadas por el solo hecho de ser mujeres (en las infinitas dimensiones en que se expresa la violencia de género), de los pobladores marginados, de los territorios convertidos en zona de sacrificio, de nuestros pueblos originarios con su propia cosmovisión, de las regiones subordinadas al centralismo, y por sobre todo de las amplias franjas de la población chilena que viven día a día la competencia desatada y la privatización de sus derechos en el neoliberalismo criollo que hoy no están organizadas, habremos avanzado como fuerza política. Si no, corremos el riesgo de convertirnos en una más de las ofertas electorales de ocasión, que transitan sin pena ni gloria por la historia política chilena. 

Nuestro potencial de transformación radica en nuestro pueblo. No podemos olvidarlo.

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