domingo, 14 de mayo de 2017

El Frente Amplio: política de convicción y convicción en la duda


Esta columna me la publicaron en el Clinic la semana del 8 de Mayo del 2016


A medida que el Frente Amplio se empieza a consolidar, ya no como una fuerza política alternativa, sino como una fuerza política que es alternativa de gobierno, comienzan a aparecer las críticas. Bienvenidas sean. Todo esfuerzo político serio que entra al debate público debe estar disponible para ser sometido al escrutinio y cuestionamiento público, y responder a ellos desde las convicciones y la reflexión pausada, en vez de encerrarse en defensas identitarias o acusar conspiraciones en su contra cada vez que se le cuestiona. En nuestro caso, la crítica que más se repite, en diferentes versiones (Felipe Berríos, Ascanio Cavallo, Patricio Fernández, Carmen Hertz, Gonzalo Navarrete, entre otros) es que el Frente Amplio tendría una pretensión de superioridad moral en sus juicios al resto, un puritanismo en su actuar interno y una visión a-histórica de la política en nuestro país, que estaría vinculada con la edad de algunos de sus integrantes, y por ende con la inmadurez propia de la falta de experiencia (“menos mal, que nunca la tengan…”). No son estos los únicos cuestionamientos que se nos hacen, pero bien cabe notar que en este caso, las críticas provienen en su mayoría de lo que se podría denominar el “campo progresista” (la derecha ataca desde otros frentes). En esta columna me interesa tratar de responder estas interpelaciones con un ánimo de debate, tanto hacia nuestros críticos, como también hacia el interior del Frente Amplio, para en futuras columnas abordar el contenido y carácter de lo que le estamos proponiendo al país.
En primer lugar creo importante confrontar la tesis de la “a-historicidad”. El Frente Amplio, si bien nace como tal el 2017, es producto de la maduración de muchas fuerzas políticas de diferente arraigo y experiencias (no todas universitarias como a muchos les gusta repetir), que a su vez en su mayoría están imbricadas en las luchas sociales más relevantes que han surgido en nuestro país en los últimos años. Para solo mencionar algunas de las organizaciones que componen hoy el Frente Amplio, podemos ver que si Revolución Democrática y el Movimiento Autonomista tienen su génesis en el movimiento estudiantil de la última década, el partido Igualdad nace en el marco de la reivindicación del derecho a la vivienda y la vida digna para el pueblo pobre; el partido Ecologista Verde a su vez proviene de la escuela de la ecología política; el Partido Liberal con su definición de centro reformista busca recuperar lo mejor de la tradición del liberalismo político de Bilbao y Arcos; y los Humanistas nacen durante la dictadura reivindicando los principios de la no violencia activa y la economía al servicio del ser humano.
Pero más allá de los distintos orígenes, hay que revisar las convicciones que se defienden en el sentido del vínculo con la historia reciente de nuestro país. Y aquí es importante entender que somos herederos de muchos luchadores y luchadoras sociales pasadas, que exceden por mucho los márgenes de la militancia formal en una u otra organización. Figuras señeras como Clotario Blest, Elena Caffarena, Eugenio González, Bautista Van Schouwen, Julieta Kirkwood, André Jarlan o Gladys Marín entre otras, son hasta hoy motivo de inspiración para much@s quienes hoy formamos parte del Frente Amplio. Pero incluso más allá del reconocimiento a figuras individuales, lo relevante es la comprensión que madura entre nosotros (por muy obvia que resulte vale la pena explicitarla), de que la historia ni nace ni termina con nosotros. En ese sentido la audacia e irreverencia propia de la juventud no puede desconocer el contexto histórico en que está situada. Es más, me atrevo a defender que no hay virtud en la juventud por sí misma. Como nos recordaba Allende en su discurso en la Universidad de Guadalajara “hay jóvenes viejos, y viejos jóvenes, y entre ellos me encuentro yo”. Y es que nuestro problema no es etário, es político.
Hay un problema en la crítica a la supuesta superioridad moral que ostentaríamos desde el Frente Amplio, que radica en que en ella se esconde también el negar (quizás inconscientemente), a quienes no fuimos protagonistas de un determinado período histórico, la posibilidad de tener un juicio crítico sobre el mismo (en este caso, la “transición”). Yo no creo que Boeninger, Brunner, Lagos y Bitar, por nombrar algunos (la falta de mujeres no es casualidad) sean “malos”, se hayan “vendido”, u otro apelativo moral de esas características. Mi diferencia con ellos es política y no moral, y se funda en lo que Boeninger denominó en su momento “operación legitimadora”. Esto consistía básicamente en que, pese al mandato de cambio respecto a todo lo que venía de la dictadura, el primer gobierno democrático tenía el desafío de legitimar lo que había germinado en el proceso de renovación socialista y en CIEPLAN, que era la aceptación de los pilares del modelo económico impuesto por la dictadura, y a su vez, la subordinación a las reglas del juego impuestas por la Constitución del ’80 y las negociaciones constitucionales lideradas por Viera-Gallo y Jarpa el ‘89.
El objetivo de esta columna no es, sin embargo, debatir sobre estos hechos históricos sino más bien defender el derecho de una fuerza política de tener una interpretación diferente a la que ha sido hegemónica durante los últimos 30 años en Chile (con importantes disidencias como el Chile: Anatomía de un mito de Moulián). Eso es parte de lo que representa el Frente Amplio: una visión crítica del neoliberalismo parido en dictadura y la política de regulación de sus excesos administrada por la Concertación, o derechamente su profundización como en el caso del co-pago en educación o la política de focalización de la ficha de protección social. ¿Significa esto que creemos que la Concertación y Nueva Mayoría no hicieron nada relevante? ¿Que todo lo que hicieron estuvo mal? ¿Que nosotros somos mejores que ellos? Por supuesto que no. Pero a diferencia de lo que se ha presentado como un sacrosanto dogma, tenemos la convicción de que las cosas se podrían haber hecho de manera diferente, pero por sobre todo, que pueden empezar a cambiar.
Quizás, como insinúa Ascanio Cavallo en su columna Vida y pasión del frenteamplismo, también hay algo de quiebre generacional en esta visión que se tiene del Frente Amplio. Mi generación no tuvo la oportunidad de dialogar políticamente con la inmediatamente anterior (la G90 como la llaman), porque estaban más preocupados de pedir permiso a sus mayores para ver si los dejaban pasar al escenario, por último como actores de reparto. Y no los dejaron. Nosotros no pedimos permiso pero en este salto nos ha faltado dialogar más allá de los libros. Conocer de las experiencias no solo de quienes fueron protagonistas sino también de quienes patearon las piedras (o las tiraron durante la oscura y luminosa década de los ’80). Ese es otro de los desafíos que tenemos hoy: retomar el diálogo perdido entre generaciones que quedaron separadas por un abismo de derrota, culpa, frustración y desconfianzas.
Pero por sobre todo, el Frente Amplio es una apuesta de futuro cuyo contenido está en juego. Y como nos enseñó el 2011, el futuro se enfrenta con creatividad, sin pacatería y con sentida rebeldía. Y también, aunque suene paradójico, dudando. Albert Camus decía en el prólogo a sus Crónicas que “en política, la duda debe seguir a la convicción como una sombra”. En estos días intensos que nos toca vivir, es mi frase de cabecera.

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